sábado, 11 de agosto de 2007

El realismo y la historiocidad del conocimiento.

EL REALISMO Y LA HISTORICIDAD DEL CONOCIMIENTO Paul Feyerabend
Revista MANIA


Artículo publicado originalmente en inglés en The Journal of Philosophy; vol. 86, n. 8, agosto de 1989.

El problema al que alude el título no es nuevo. Surgió en Occidente con los presocráti­cos; fue formulado por Platón y Aristóteles, desmantelado por el ascenso de la ciencia moderna, y reapareció con la mecánica cuántica y la creciente fuerza de los enfoques históricos (por oposición a teóricos) del saber. El problema consiste, en resumen, en la cuestión siguiente: ¿Cómo es que una información que es resultado de cambios históri­cos e idiosincráticos pueda referirse a hechos y leyes independientes de la historia? Para examinar el problema, lo sustituiré por dos supuestos y las dificultades que suscita su uso corriente.

I. LOS SUPUESTOS

El primer supuesto es que las teorías, los hechos y los procedimientos que constituyen el conocimiento (científico) de un periodo determinado son resultado de unos desarro­llos históricos específicos y sumamente idiosincráticos.

Muchos hechos apoyan esa suposición. Los griegos poseían la inteligencia y los cono­cimientos matemáticos necesarios para desarrollar las perspectivas teóricas que surgi­rían en los siglos XVI y XVII y, sin embargo, no lo hicieron. "La civilización china -es­cribe J. Needham1 - había sido mucho más eficaz que la europea, durante los catorce siglos previos a la revolución científica, en la exploración de la naturaleza y en el em­pleo de tal conocimiento en beneficio de la humanidad"; y, sin embargo, esa revolución tuvo lugar en la "atrasada" Europa: no fue el conocimiento bueno sino el deficiente el que condujo a un conocimiento mejor. La astronomía babilónica se centraba en aconte­cimientos particulares, tales como la primera aparición de la luna después de la luna nueva, y construía algoritmos para predecirlos. Ni las trayectorias, ni las esferas celes­tes ni las consideraciones de la trigonometría esférica desempeñaron papel alguno en esos algoritmos. La astronomía griega postuló primero unas trayectorias físicas (Anaxi­mandro), luego otras geométricas, y construyó sobre esa base. Ambos métodos fueron empíricamente adecuados y capaces de refinamiento (ecuantes, excéntricas y epiciclos en la astronomía griega, los polígonos en lugar de las funciones escalonadas o en zig­zag en la alternativa babilónica). Lo que determinó la supervivencia de una de ellas y la desaparición de la otra no fue la adecuación empírica sino factores culturales2.

Algunos estudios recientes han añadido pruebas impresionantes a esas observaciones generales. Los historiadores de la ciencia que examinan la microestructura de la inves­tigación científica, en particular la moderna física de alta energía, hallaron muchos puntos de contacto entre el establecimiento de un resultado científico y la concertación de un complicado pacto político. Resultó que incluso los "hechos" experimentales de­penden de compromisos entre diferentes grupos dotados de diferentes experiencias, filosofías, respaldos financieros y trozos de alta teoría que apoyen su posición. Nume­rosas anécdotas confirman la naturaleza histórico-política de la práctica científica3.

El segundo supuesto es que lo que se ha descubierto gracias a esos procedimientos idiosincráticos y dependientes de la cultura(y que se formula y se explica, por tanto, en términos igualmente idiosincráticos y dependientes de la cultura) existe de modo inde­pendiente de las circunstancias de su descubrimiento. Podemos suprimir el camino que condujo al resultado sin perder el resultado mismo. Llamaré esa suposición el supuesto de separabilidad.

También el supuesto de separabilidad se puede apoyar con diversas razones. ¿Quién negaría, en efecto, que había átomos mucho antes de que se inventaran los centellea­dores y la espectroscopia de masas, que esos átomos obedecían las leyes de la teoría cuántica mucho antes de que éstas fueran escritas, y que seguirán haciéndolo cuando el último ser humano haya desaparecido de la faz de la tierra? ¿Acaso no es verdad que el descubrimiento de América, siendo resultado de maquinaciones políticas motiva­das por creencias falsas y cálculos erróneos, y resultado además malinterpretado por el mismísimo Colón, no afectó en modo alguno las propiedades del continente descubier­to? Poco importa que algunos filósofos se opongan a tales juicios temerarios, instándo­nos a dejar que la ciencia hable por sí misma, ya que la "ciencia misma" está llena de juicios temerarios como los mencionados4.

Hasta aquí, pues, los dos supuestos que subyacen al problema; veamos ahora las difi­cultades.
II. LAS DIFICULTADES

El supuesto de separabilidad forma parte no sólo de la ciencia sino también de las tradi­ciones no científicas. Según Herodoto y el sentido común de los griegos de los siglos sexto y quinto antes de Cristo, Homero y Hesíodo no crearon a los dioses sino que se limitaron a enumerarlos y describir sus propiedades. Los dioses habían existido antes y se suponía que seguirían viviendo independientemente de los deseos y los errores hu­manos. También los griegos creían que podían suprimir el camino que condujo al re­sultado sin perder el resultado mismo. ¿Se sigue de eso que nuestro mundo contiene campos y partículas junto a dioses y demonios?

Los defensores de la ciencia contestan que no, porque los dioses no tienen cabida en una concepción científica del mundo. Pero si se supone que las entidades postuladas por una concepción científica del mundo existen con independencia de ésta, ¿por qué no ha de valer lo mismo para los dioses antropomorfos? Es cierto que poca gente cree hoy en día en tales dioses, y que quienes creen en ellos raras veces ofrecen razones aceptables; pero la suposición era que la existencia y la creencia son cosas distintas y que una nueva edad oscura de la ciencia no acabaría con los átomos. ¿Por qué se habría de dar un tratamiento distinto a los dioses homéricos, cuya edad oscura es la actual?

Los partidarios de la concepción científica del mundo responden que hay que darles un tratamiento distinto porque la creencia en los dioses no sólo desapareció sino que fue refutada con argumentos. De las entidades postuladas por tales creencias no se puede decir que existan separadamente; son ilusiones o "proyecciones" que no tienen signifi­cado alguno al margen del mecanismo proyector.

Pero los dioses griegos no fueron "refutados con argumentos". Los adversarios de las creencias populares acerca de los dioses jamás ofrecieron razones que demostrasen lo inadecuado de tales creencias partiendo de supuestos comunes. Lo que encontramos es un cambio social gradual que condujo a nuevos conceptos y a nuevos relatos cons­truidos con esos conceptos.

Consideremos dos objeciones tempranas a los dioses de Homero. La primera pertene­ce a un conocido libelo de Jenófanes, el filósofo viajero5. Dice que los etíopes pintan a sus dioses negros y chatos, los tracios rubios y con ojos azules; y añade:

Pero si manos tuvieran los bueyes, caballos, leones y esculpir y pintar supieran igual que los hombres, a caballo el caballo, igual que los bueyes al buey parecida traza de dioses pintada tendrían y en piedra esculpida, tal como ellos mismitos luciendo figura y porte (ib., fr. 15).

El dios "verdadero" se describe, por contraste, como sigue: Un solo dios, entre dioses y hombres más grande que nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre en lo mismo quedando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo el querer de su mente todo lo mueve. (ib., frs. 23-26).

¿Cabe esperar que esos versos convenzan a un "etíope" o a un "tracio" empedernido?

Ni hablar. La respuesta obvia sería la siguiente: "Parece que a ti, Jenófanes, no te gus­tan nuestros dioses; pero no has demostrado que no existan. Lo que has demostrado es que ellos son unos dioses tribales, que se parecen a nosotros y actúan como noso­tros, y que no se ajustan a tu propia idea de dios como un superintelectual.

¿Pero por qué semejante monstruo habría de ser medida de existencia?".

Incluso se puede volver del revés la burla de Jenófanes, como demuestra un comenta­rio de Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón: Jenófanes, medio modesto, el engaño de Homero abatió; a un dios inventó sin nada humano y en todo igual, inmóvil, sin pena, más listo aún que la misma listeza6.

Resulta, pues, que la burla de Jenófanes sólo funciona si la entidad que quiere introdu­cir se halla impresa ya en las mentes de sus contemporáneos; formaliza un proceso histórico, pero no puede originarlo. (Sospecho que sea éste sea rasgo común a todos los "argumentos" que hacen "avanzar al pensamiento").

Otra "prueba" temprana contra el politeísmo, recordada por la escuela aristotélica7, aclara todavía más la situación. Según esta prueba, dios o bien es uno o bien es mu­chos si son muchos, son o bien iguales o bien desiguales si son iguales, son como los miembros de una democracia pero los dioses no son miembros de una democracia: por tanto, son desiguales pero si son desiguales, un dios inferior no es dios por tanto dios es uno.

La prueba da por supuesto que ser divino significa lo mismo que detentar el poder su­premo. No era éste el caso de los dioses homéricos. Una vez más, la prueba da en el blanco sólo después de que se haya producido el cambio necesario de la noción de divinidad: fue la historia, no los argumentos, lo que minó a los dioses. Pero la historia no puede minar nada, al menos según el supuesto de separabilidad. Ese supuesto sigue obligándonos a admitir la existencia de los dioses homéricos8.

No nos obliga -objetan los realistas científicos- porque la creencia en unos dioses an­tropomorfos, aunque tal vez no haya sido refutada con razones, no fue nunca una cre­encia razonable. Solamente las entidades postuladas por creencias razonables se pue­den separar de la historia. Llamaré a éste el supuesto de separabilidad modificado.

Ahora bien, hacer de lo razonable un criterio de la existencia separable de las cosas supone que las cosas se adaptan a los criterios de existencia y no al revés. La práctica científica no corresponde a ese supuesto, y le sobran razones. Decimos que los pájaros existen porque podemos verlos, capturarlos y tenerlos en la mano. El procedimiento es inútil en el caso de las partículas alfa, y los criterios que se usan para identificar las partículas alfa no nos sirven cuando se trate de galaxias distantes o de neutrinos. Los quarks fueron durante un tiempo objeto de duda, en parte porque las pruebas experi­mentales estaban controvertidas, en parte porque se requerían nuevos criterios para unas entidades supuestamente incapaces de existir aisladamente (el "confinamiento"). Podemos medir la temperatura con un termómetro; pero eso no nos lleva muy lejos. La temperatura del centro del Sol no se puede medir con ningún instrumento conocido, y la temperatura de acontecimientos tales como los primeros segundos del universo ni si­quiera estaba definida antes de que llegara la segunda ley de la termodinámica. En todos esos casos, los criterios se fueron adaptando a las cosas, cambiando y prolife­rando cuando entraban en escena cosas nuevas. Decir que los dioses homéricos no existen porque no se pueden encontrar con experimentos o porque los efectos de sus actos no pueden reproducirse, es violar ese procedimiento.

Pues si Afrodita existe y posee las cualidades e idiosincrasias que se le atribuyen, cier­tamente no se quedará sentada para someterse a algo tan estúpido y tan humillante como puede ser una prueba de efectos reproducibles. De modo parecido se comportan las aves huidizas, los agentes secretos y la gente que se aburre fácilmente.

Permítanme que me extienda un poco sobre este punto. "El hombre sabio adapta sus creencias a la evidencia", dice Hume9, y muchos científicos están de acuerdo. Con más detalle se expresa Aristóteles: "De todos los seres compuestos por naturaleza, algunos (los astros) son ingénitos e imperecederos por toda la eternidad, mientras que otros están sujetos a generación y destrucción. Resulta que respecto a los primeros... los estudios que podemos llevar a cabo son menos, porque tanto los puntos de partida de la indagación como las propias cosas que deseamos conocer presentan poquísimas apariencias observables. Estamos mejor equipados para adquirir conocimientos acerca de las plantas y los animales perecederos, porque crecen a nuestro lado. Cada uno de los dos estudios tiene un atractivo peculiar. Si bien de aquéllos alcanzamos a ver poca cosa, obtenemos de ello, sin embargo, mayor placer que de todo cuanto nos rodea, ya que es conocimiento valioso, del mismo modo que el más breve vislumbre fortuito del ser amado nos da más placer que la contemplación detenida y pormenorizada de mu­chas otras cosas. Pero esta última se aventaja en conocimiento, siendo el saber acerca de éstas mejor y más abundoso"10.

Pero el poder epistémico que se atribuye a las diversas áreas de investigación no se conforma a este principio. Los artesanos de todos los tiempos poseían información de­tallada sobre las propiedades de los materiales y su comportamiento en las circunstan­cias más variadas, mientras que las teorías de la materia, desde Demócrito hasta Dal­ton, fueron considerablemente menos detalladas y su relación con la evidencia mucho más tenue11. Aun así, las cuestiones de la realidad y de los métodos adecuados de descubrimiento se formulaban a menudo en términos de esas teorías y no en términos artesanales. La información de los artesanas no contaba ni siquiera como saber. En tiempos más recientes, a la hidrodinámica y a la teoría de la elasticidad, a pesar de sus múltiples conexiones con la experiencia, se les asignaba un sitio muy por debajo de la mecánica abstracta (Lagrange, Hamilton). Incluso a ciencias enteras como la química y la biología se les atribuyó durante largo tiempo un papel secundario en la jerarquía de las ciencias. Cuando a mediados del siglo diecinueve la escala de tiempo de la geología y la biología rebasó la edad del Sol calculada por físicos como Helmholtz y Kelvin y la datación correspondiente del enfriamiento de la superficie terrestre, se dio preferencia a las cifras sumamente conjeturales de los físicos12. Hemos de concluir que la autoridad de que goza cada materia es resultado de desarrollos históricos idiosincráticos, al igual que su forma. Es cierto que la tenacidad de los atomistas dio sus frutos: ni la física mo­derna de partículas elementales, ni la química cuántica ni la biología molecular existirían sin ella.

Pero esos logros no se podían prever, y la invocación de ignotos y aun incon­cebibles efectos futuros puede hacerse valer igualmente a favor de los dioses. Así pues, el supuesto de separabilidad modificado no nos ayuda tampoco a desembarazarnos de los dioses: habiendo decidido separar historia y existencia, debemos separar la existen­cia de los dioses aun de la argumentación científica más "avanzada".

Resulta, pues, que ni el supuesto de separabilidad ni el supuesto de separabilidad mo­dificado pueden obligarnos a aceptar los átomos negando a la vez a los dioses. Un realismo que separa el ser de la historia se ve forzado a poblar el ser de cuantas criatu­ras fueran y aún sigan siendo consideradas por científicos, profetas y otros. Para evitar tal abundancia, algunos filósofos y científicos hallaron el siguiente recurso: las entida­des científicas (y, para el caso, todas las entidades) son, según ellos, proyecciones, y en cuanto tales se hallan vinculadas a la teoría, a la ideología y a la cultura que las postula y las proyecta. La afirmación de que ciertas cosas son independientes de la investigación o de la historia pertenece a unos mecanismos de proyección particulares que "objetivizan" su ontología, y no tiene sentido alguno al margen del escenario histó­rico que contiene esos mecanismos13. La abundancia se da en la historia; no se da en el mundo.

Pero no todas las proyecciones tienen éxito. Las mencionadas "entidades científicas" no son meros sueños; son inventos que pasaron por largos periodos de adaptación, co­rrección y modificación, y luego permitieron a los científicos producir unos efectos hasta entonces desconocidos. De modo parecido, los dioses de la Antigüedad y el Dios uno y trino del cristianismo que los reemplazó tampoco fueron meras visiones poéticas.

También ellos tuvieron efectos. Influyeron en las vidas de individuos, grupos y naciones enteras. Los dioses y los átomos acaso hayan empezado como "proyecciones", pero recibieron una respuesta; lo cual significa que lograron, por lo visto, tender un puente por encima del abismo que los realistas ingenuos habían colocado entre el ser y su propia existencia histórica. ¿Por qué desapareció esa respuesta en el caso de los dio­ses? ¿Por qué es tan poderosa en el caso de la materia?

III. EL PODER DE LA CIENCIA

Lo que he dicho hasta aquí es sencillo y claro. Con todo, ni siquiera un razonamiento bien construido nos libra de la impresión arrolladora de que lo que mató a los dioses antropomorfos fue la llegada del racionalismo filosófico primero, luego científico. Por tanto, volveré a atacar la cuestión desde un ángulo ligeramente distinto. Los dioses -tanto los dioses homéricos como el omnipotente Dios creador del cristianismo- son po­deres no sólo morales sino también físicos. Provocan tempestades, terremotos e inun­daciones; infringen las leyes de la naturaleza para producir milagros; levantan los mares y detienen el curso del Sol. Pero tales acontecimientos hoy en día o bien se niegan o bien se explican por causas físicas, y la investigación va cerrando rápidamente las la­gunas que quedan. Proyectando así las entidades teóricas de la ciencia, vamos destitu­yendo a los dioses de su posición de poder, y como las entidades más fundamentales de la ciencia obedecen a leyes independientes del tiempo, demostramos que nunca existieron. Muchas personas religiosas han aceptado esos argumentos y han diluido su credo hasta hacerlo concordar con esta filosofía.

Ahora bien, el hecho de que la ciencia domine ciertas áreas del conocimiento no basta de por sí para eliminar cualquier idea alternativa. La neurofisiología ofrece unos mode­los detallados de los procesos mentales y, sin embargo, tanto científicos como filósofos de inclinaciones científicas mantienen con vida el problema de mente y cuerpo. Algunos científicos incluso proponen "colocar a la mente y la conciencia en el asiento del con­ductor"14, o sea devolverles el poder que tuvieron antes del auge de la psicología mate­rialista. Esos científicos se oponen a la eliminación y/o reducción de las ideas y las enti­dades psicológicas de tipo precientífico. No hay razón alguna para tratar de modo dis­tinto a los dioses, cuyos aspectos numinosos desde siempre se han resistido a la re­ducción.

En segundo lugar, la referencia a unas leyes fundamentales independientes del tiempo sólo funciona si a éstas pueden reducirse las explicaciones modernas de sucesos que antes se atribuían a causas divinas, tales como tempestades, terremotos, erupciones volcánicas, etc. Pero no existen reducciones aceptables del género requerido. Los campos especiales introducen modelos especiales cuya derivabilidad de la física fun­damental se supone, pero no se demuestra. Descartes fue ya consciente de esa situa­ción cuando, en un comentario sobre la riqueza del mundo, se confesó incapaz de re­ducir a sus propios principios fundamentales las propiedades de procesos especiales como la luz, usando en lugar de ello una variedad de "hipótesis"15. Cuando Newton discute las propiedades del movimiento en medios resistentes16, abandona el estilo deductivo de su astronomía planetaria; su tratamiento del problema es "casi entera­mente original y en gran parte erróneo.

En cada párrafo empiezan nuevas hipótesis; se emplean generosamente supuestos ocultos y los supuestos explicitados a veces no se usan en absoluto"17. Los investigadores modernos en este terreno rechazan explícita­mente toda exigencia de reducción: "Desdeñar la física del continuo porque no se puede derivarla de la física nuclear es tan ridículo como sería reprocharle que no tiene fundamento en la Biblia"18. La teoría general de la relatividad estuvo conectada durante largo tiempo con las leyes planetarias conocidas sólo por conjeturas, no por derivación (calculando la trayectoria de Mercurio, se añadía la solución de Schwarzschild a los resultados de la teoría de la perturbación pre-relativista, sin haber demostrado, a partir de los principios fundamentales, que ambas describían adecuadamente la situación del sistema planetario). La conexión entre la mecánica cuántica y el nivel clásico es bas­tante oscura y sólo recientemente ha sido tratada de manera más satisfactoria19. La meteorología, la geología, la psicología, grandes partes de la biología y los estudios sociales se hallan más lejos todavía de la unificación. En lugar de una multitud de parti­culares firmemente atados a un conjunto de leyes fundamentales invariantes en el tiempo tenemos, pues, una variedad de enfoques cuyos principios unificadores se man­tienen indistintamente en un segundo plano: situación bastante parecida a la que se dio en Grecia tras la victoria de Zeus sobre los Titanes20.

En tercer lugar, estamos lejos de poseer un conjunto único y consistente de leyes fun­damentales. La física fundamental, supuesta raíz de todas las reducciones, se halla todavía dividida en dos dominios principales: el mundo de lo muy grande, domesticado por la relatividad general de Einstein, y el mundo cuántico, que aún no está completa­mente unificado en sí mismo. "La naturaleza gusta de hacerse parcelizar", escribió Dy­son describiendo esta situación21. Los elementos "subjetivos", como los sentimientos y las sensaciones, que forman otra "parcela", quedan excluidos de las ciencias naturales, aunque juegan un papel en su adquisición y control. Eso significa que el problema (sin resolver) de mente y cuerpo afecta los fundamentos mismos de la investigación cientí­fica.

La ciencia tiene grandes lagunas; la unidad y el alcance universal que pretende poseer no son hechos sino supuestos (metafísicos), y aquellas de entre sus proyeccio­nes que funcionan provienen de áreas aisladas y carecen, por tanto, del poder destruc­tivo que se les atribuye. Muestran como ciertos sectores del mundo responden a toscas aproximaciones, pero no nos ofrecen ninguna clave acerca de la estructura del mundo como un todo.

Y finalmente, la teoría cuántica, siendo la teoría más fundamental y mejor confirmada de la física actual, rechaza las proyecciones incondicionales, haciendo depender la existencia de unas circunstancias específicas e históricamente determinadas. Las mo­léculas, por ejemplo, entidades fundamentales de la química y de la biología molecular, en lugar de simplemente existir y punto, sólo aparecen en condiciones bien definidas y bastante complejas.

Si alguien insiste todavía en que los trozos sueltos de ciencia que revolotean por ahí en nuestros días son muy superiores a las colecciones análogas de tiempos pasados (una naturaleza viviente, dioses caprichosos, etc.), entonces he de remitirme a lo que dije antes: a saber, que esa superioridad es el resultado de haber seguido un camino de menor resistencia. Con experimentos se puede atrapar la materia, no a los dioses.

Dicho sea de paso que ese punto juega un papel también en el interior de las ciencias. R. Levins y R.C. Lewontin22 escriben, comentando la significación de los recientes avances de la biología molecular, que "el enorme éxito del método cartesiano y de la visión cartesiana de la naturaleza resulta en parte de un camino histórico de menor resistencia.

Los problemas que sucumben al ataque se persiguen con mayor vigor, precisamente porque ahí funciona el método. Otros problemas y otros fenómenos se dejan de lado, alejados de la comprensión por el compromiso a favor del cartesianismo. Los problemas más arduos no se afrontan, aunque sea por la sola razón de que las carreras científicas brillantes no suelen edificarse sobre el fracaso constante. Así los problemas que plantea la comprensión del desarrollo embrionario y psíquico o la es­tructura y función del sistema nervioso central permanecen más o menos en el mismo estado insatisfactorio en que se hallaban hace cincuenta años, mientras los biólogos moleculares van de triunfo en triunfo describiendo y manipulando genes"(ib., pp. 2s.). E. Chargaff23 escribe: "A menudo se considera que la insuficiencia de toda experimenta­ción biológica frente a la vastedad de la vida puede compensarse mediante una firme metodología. Los procedimientos claramente definidos presuponen unos objetos su­mamente limitados"(ib., p. 170). No se podría expresar con mayor claridad la insuficien­cia de la ciencia frente a los dioses.

IV. DOGMATISMO, INSTRUMENTALISMO, RELATIVISMO

Ante tal situación caben distintas reacciones. Una consiste en desentenderse del pro­blema y seguir describiendo el mundo conforme a la metafísica que prefiera cada cual.

Ésta es la actitud de la mayoría de los científicos y filósofos científicos. Es una actitud sensata: fue la de los griegos y romanos cultos que siguieron fieles a sus dioses en medio de una lluvia de objeciones filosóficas. Pero no resuelve nuestro problema.

Los instrumentalistas reaccionan abandonando el segundo supuesto, aunque no del todo ("nada existe"), sino sólo respecto a ciertas entidades24. La confrontación con ontologías alternativas reaviva el problema.

Los relativistas aceptan el primer supuesto pero relativizan el segundo: los átomos existen, dado el marco conceptual que los proyecta. El problema es, en este caso, que las tradiciones no sólo carecen de fronteras bien definidas sino que contienen ambigüe­dades y métodos de cambio que capacitan a sus miembros para pensar y actuar como si no hubiese fronteras: cada tradición es, en potencia, todas las tradiciones. Relativizar la noción de existencia reduciéndola a un solo "sistema conceptual" que luego se aisla del resto y se presenta como un recorte exento de ambigüedades, es mutilar a las tradi­ciones reales y crear una quimera25. No deja de ser paradójico que tal sea la actitud de gente que se precia de tolerante para con todas las maneras de vivir.

Los relativistas aciertan, sin embargo, al afirmar que la tentación de proyectar ciertas entidades (dioses o átomos) se acrecienta en determinadas circunstancias y disminuye en otras. Una vez dadas las circunstancias favorables, las entidades "aparecen" efecti­vamente de manera clara y decisiva. Los recientes desarrollos de la interpretación de la mecánica cuántica sugieren que tales aparición han de considerarse fenómenos (el término es de Bohr) que trascienden la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo (que subyace al segundo supuesto): son "subjetivos" en cuanto no podrían existir sin la guía idiosincrática, conceptual y perceptiva, de algún punto de vista (no necesariamente explícito); pero también son "objetivos", ya que no todas las maneras de pensar dan resultados ni todas las percepciones son fiables. Hace falta una nueva terminología para adaptar nuestro problema a esta situación.


V. LOS SERES HUMANOS COMO ESCULTORES DE LA REALIDAD

Según el primer supuesto, nuestras maneras de pensar y de hablar son productos de desarrollos históricos idiosincráticos. Tanto el sentido común como la ciencia ocultan esta situación. Afirman, por ejemplo (segundo supuesto), que los átomos existían mu­cho antes de ser descubiertos. Eso explica por qué la proyección halló respuesta, pero pasa por alto que tampoco quedaron sin respuesta otras proyecciones enteramente distintas.

Una manera mejor de contar la historia es la siguiente. Los científicos, equipados con un complejo organismo e insertos en unos entornos físicos y sociales sujetos a cambios constantes, emplearon diversas ideas y acciones (y, mucho más tarde, equipamientos que llegarían a incluir complejos industriales como el CERN) para fabricar, primero, unos átomos metafísicos, luego unos toscos átomos físicos y, finalmente, unos com­plejos sistemas de partículas elementales, a partir de un material que no contenía esos elementos pero que era capaz de amoldarse a ellos. Desde este punto de vista, los científicos son escultores de la realidad; aunque escultores en un sentido especial.

No sólo actúan causalmente sobre el mundo (aunque eso también lo hacen, y tienen que hacerlo si quieren "descubrir" nuevas entidades), sino que también crean unas con­diciones semánticas que generan interferencias fuertes que actúan desde los efectos conocidos a las proyecciones novedosas y, a la inversa, desde las proyecciones a los efectos experimentalmente verificables. Estamos ante la misma dicotomía de descrip­ciones que Bohr introdujo en su análisis del caso de Einstein, Podolsky y Rosen26. Cada individuo, cada grupo y cada cultura trata de lograr un equilibrio entre las entida­des que postula y las creencias, necesidades, expectativas y maneras de argumentar predominantes. El supuesto de separabilidad surge en casos (tradiciones, culturas) especiales; pero no es condición que satisfaga (ni que haya de satisfacer) todo el mundo, y ciertamente no es una base sólida para la epistemología. En resumidas cuentas, la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo y la dicotomía correspondiente en­tre descripciones y construcciones es demasiado ingenua como para orientar nuestras ideas sobre la naturaleza y las implicaciones de las pretensiones del conocimiento.

No estoy afirmando que cualquier combinación de acciones causales y semánticas haya de conducir a un mundo bien articulado y en el cual se pueda vivir. El material al que se enfrentan los seres humanos (y, por cierto, también los perros y los simios) re­quiere una aproximación adecuada. Ofrece resistencia; ciertas construcciones no hallan en él ningún punto de apoyo y simplemente colapsan (el caso de algunas culturas inci­pientes como, por ejemplo, los cargo cults). Por el otro lado, ese material es mucho más maleable de lo que se suele suponer. Moldeándolo de determinada manera (la historia de la tecnología que conduce a un aerodinámico entorno tecnológico y a grandes ciu­dades de la investigación como el CERN), obtenemos partículas elementales; proce­diendo en otro sentido, obtenemos una naturaleza viviente y llena de dioses. Incluso el "descubrimiento" de América, que cité en apoyo del supuesto de separabilidad, admitió cierto margen de libertad, como demuestra el fascinante estudio de Edmundo O'Gor­man La invención de América27. La ciencia ciertamente no es la única fuente de infor­mación ontológica fiable.

Importa leer estas afirmaciones de la manera justa. No se trata de un bosquejo de una nueva teoría del conocimiento que explique la relación entre los seres humanos y el mundo y ofrezca una fundamentación filosófica para cualesquiera descubrimientos que se hagan. Tomarse en serio el carácter histórico del conocimiento significa rechazar cualquier intento de esa índole. Podemos describir los resultados que hayamos obte­nido (aunque la descripción siempre será fatalmente incompleta), podemos comentar las semejanzas y las diferencias que nos hayan llamado la atención, podemos tratar incluso de explicar "desde dentro", es decir, empleando los medios prácticos y concep­tuales que nos ofrece algún enfoque particular, lo que gracias a tal enfoque hayamos descubierto (la teoría de la evolución, la epistemología evolucionista y la cosmología moderna pertenecen a esta categoría). Podemos contar muchos cuentos interesantes. Pero no podemos explicar cómo el enfoque elegido se relaciona con el mundo ni por qué, en términos del mundo, tiene éxito; pues eso equivaldría a conocer los resultados de todos los enfoques posibles o -lo que viene a ser lo mismo- a conocer la historia del mundo antes de que el mundo haya tocado a su fin.

Aun así, no podemos prescindir del saber hacer científico. El impacto material, espiritual e intelectual de la ciencia y de las tecnologías basadas en ella ha transformado nuestro mundo. La reacción del mundo ante esa transformación (reacción bastante extraña, por cierto) es que estamos atrapados en un entorno científico; necesitamos a los científicos, ingenieros, filósofos de inclinaciones científicas, sociólogos, etc., para habérnoslas con las consecuencias. Mi tesis es que esas consecuencias no están fundadas en una natu­raleza "objetiva" sino que provienen de un complicado juego recíproco entre un material desconocido y relativamente maleable, por un lado, y, por el otro, unos investigadores que influyen sobre el material a la vez que éste influye en ellos y los cambios; en fin de cuentas, es el mismo material del que están hechos ellos mismos.

No por ello resulta más fácil eliminar los resultados. No se puede apartar de un soplo el lado "subjetivo" del conocimiento, inextricablemente entrelazado con sus manifestacio­nes materiales. Lejos de sólo constatar lo que estaba ya ahí, creó unas condiciones de existencia, un mundo que corresponde a esas condiciones y una vida adaptada a este mundo; esos tres hechos juntos apoyan o "establecen" ahora las conjeturas que con­dujeron a ellos. Aun así, una ojeada a la historia demuestra que este mundo no es un mundo estático poblado por hormigas pensantes (y que publican) que recorriendo sus grietas van descubriendo poco a poco los contornos de este mundo sin ejercer ningún efecto sobre él, sino un ser dinámico y de muchas facetas que refleja la actividad de sus exploradores e influye en ella. En otros tiempos estaba lleno de dioses; luego se convir­tió en un insípido mundo material; y se puede cambiarlo de nuevo, si sus habitantes tienen la determinación, la inteligencia y el ánimo de dar los pasos necesarios.

1 Science in Traditional China, Nueva York-Cambridge, 1981, pp. 3, 22ss. Sobre los detalles, véanse las secciones de Needham et al., Science and Civilisation in China, Nueva York-Cam­bridge, 1956ss., en particular el vol. V, parte VII. Una breve pero suge­rente comparación entre los desarrollos que se dieron simultáneamente en Grecia y en China se encuentra en los artículos de Jacques Gernet y Jean-Pierre Vernant en Ver­nant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, Siglo XXI, Madrid, 1982.

2 La convicción de que la astronomía griega fue intrínsecamente superior a la babiló­nica refleja una parte de las pruebas de que había, por un lado, teorías estables y, por el otro, unos progra­mas de investigación de rápido crecimiento. Pero el crecimiento de un lado y la estabilidad del otro no se debía a éxitos u obstáculos empíricos sino a unas condiciones sociales diferentes. Véase G.E.R. Lloyd, The Revolution of Wisdom, Cali­fornia University Press, Berkeley, 1987, cap. 2.

3 Detalles en Andrew Pickering, Constructing Quarks, Chicago University Press, Chi­cago, 1984; Peter Galison, How Experiments End, Chicago University Press, Chicago, 1987, y en el número de septiembre de 1988 de la revista Isis. Las anécdotas gozan de escasa popularidad entre los lógicos que creen que la ciencia avanza gracias al uso racional de principios racionales; pero adquieren importancia una vez la práctica cientí­fica se haya reintegrado a la historia.

4 Arthur Fine, The Shaky Game, Chicago University Press, Chicago, 1986, libro intere­sante y sumamente informativo, nos invita a "dejar que la ciencia se valga por sí misma y examinarla sin la ayuda de los 'ismos' filosóficos"(p. 9), a "tratar de entender la ciencia en sus propios términos, y no leer en ella lo que en ella no está"(p. 149). Dado que en mi Tratado contra el método (trad. cast. Tecnos, Madrid, 1986) he propuesto una pers­pectiva parecida, veo la posición de Fine con mucha simpatía, pero no puedo aceptarla como definitiva. La ciencia no es la única empresa que produce pretensiones de exis­tencia, ni son los razonamientos científicos las únicas "complejas redes de juicios" en que "fundan" tales pretensiones (p. 153). ¿Hemos de convertirnos en relati­vistas com­placientes que aceptan como existente cualquier cosa que alguien nos proponga de forma suficientemente complicada (con una "red compleja de juicios"), o no deberíamos más bien elegir las redes y encontrar razones que justifiquen nuestra elección? De to­das maneras, la biolo­gía molecular, la teoría de la evolución, la cosmología y aun la física de altas energías (véase Pickering, op. cit., p. 404, sobre el "realismo retrospec­tivo" de los científicos) contienen suficientes pretensiones de existencia "objetiva" como para colocar las dificultades que trataré en el capítulo siguiente en el centro mismo de la ciencia.

5 En Diels-Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Zurich, 1983, fragmento 16.

6 En Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 224 (Jenófanes A 35 Diels-Kranz).

7 Seudo-Aristóteles, Sobre Meliso, Jenófanes y Gorgias, 977a14ss.

8 Marcello Pera objeta que he empleado en mi argumentación una noción demasiado restringida de 'argumento'. Respondo que entiendo por 'argumento' cualquier historia que se pueda contar en un tiempo relativamente breve, que obedezca al propósito de demostrar que los dioses homéricos no existen, y que persiga ese objetivo con medios "intelectuales", es decir, usando proposiciones y no procedimientos como el terror, el hipnotismo, etc. Habría que añadir que los dioses antiguos no fueron creaciones de la fantasía sino presencia viviente. En la sobria Roma participaban inclu­so en el proceso político: véase la edición revisada de Against Method, Verso, Londres, 1988, cap. 16, sobre los dioses homéricos; Robin Lane Fox, Pagans and Christians, Norton, Nueva York, 1987, parte primera, sección 4, titulada "Seeing the Gods", sobre el Imperio Ro­mano tardío; y Donald Strong, Roman Art, Penguin, Londres, 1982, sobre la Roma re­publicana e imperial hasta el siglo cuarto. El Dios trino y uno del cristianismo y los san­tos influyeron profundamente en las artes, en la filosofía y la política de Occidente, y no sólo en retrospectiva sino para las mismas personas que elaboraron los detalles.

9 An Enquiry Concerning the Understanding, sección X.

10 Aristóteles, De partibus animalium, I, 5.

11 Cyril Stanley Smith, A Search for Structure, MIT, Cambridge, 1981, distingue entre las teorías de la materia, tales como la teoría atomista, y el conocimiento de materiales. Describe cómo éste surgió varios milenios antes que aquéllas, fue más detallado y se vio a menudo obstaculizado por consideraciones teóricas. En una exposición presen­tada y explicada en From Art to Science, MIT, Cambridge, 1980, demostró la enorme cantidad de información contenida en los productos de los artesanos antiguos. Norma Emerton, The Scientific Reinterpretation of Form, Cornell, Ithaca, 1984, describe la ba­talla entre las teorías de la forma (que estaban bastante próximas a las prác­ticas arte­sanales) y el atomismo (que no lo estaba) y comenta los métodos que usaban los ato­mistas para defender su supremacía.

12 D. Burchfield, Lord Kelvin and the Age of the Earth, Hill & Wang, Nueva York, 1975.

13 Fine, op. cit., cap. 6, ha demostrado que así entendía también Einstein su propio "realismo".

14 R. Sperry, Science and Moral Priority, Greenwood, Westport, CT, 1985, p. 32.

15 Discurso del método, VI.

16 Principia, libro II.

17 C. Truesdell, Essays in the History of Mechanics, Springer, Nueva York, 1968, p. 9.

18 Encyclopedia of Physics, vol. III/3, Springer, Nueva York, 1965, p. 2.

19 Un resumen de los problemas y esbozo de soluciones posibles ofrece Hans Primas, Chemis­try, Quantum Mechanics and Reductionism, Springer, Nueva York, 1981. El libro contiene también una discusión detallada de la relación entre la química y la física fun­damental.

20 Hesíodo, Teogonía, vv. 820ss.

21 Disturbing the Universe, Harper & Row, Nueva York, 1979, p. 63. Los teóricos de las super­cuerdas tratan de superarla multiplicidad restante, pero lo único que han conse­guido hasta la fecha es forjar un lenguaje en el cual pueden hablar de todo sin llegar nunca a ningún resultado concreto. En las palabras de Richard Feynman, "tengo la fuerte impresión de que eso es un sin­sentido"(P.C.W. Davies y J. Brown, eds., Supers­trings, Cambridge, Nueva York, 1988, p. 194). Por lo demás, incluso si los teóricos de supercuerdas lograsen unificar la física fundamental, aún tendrían que habérselas con la química, la biología, la conciencia, etc.

22 The Dialectical Biologist, MIT, Cambridge, 1985.

23 Heraclitean Fire, Rockefeller University Press, Nueva York, 1978.

24 Como observó Duhem cuando describió cierta fase del debate entre realistas e ins­trumenta­listas como una batalla "entre dos posiciones realistas" (To Save the Pheno­mena, Chicago Uni­versity Press, Chicago, 1969, p. 106).

25 He descrito este aspecto del relativismo en el cap. 10 de mi libro Farewell to Reason, Verso, Londres, 1987. (En la presunta traducción castellana de esta obra, Adiós a la razón, Altaya, Bar­celona, 1998, reedición a su vez de la publicada por Tecnos, Madrid, 1992, no figura ningún ca­pítulo 10 ni, por lo demás, indicación alguna de lugar y fecha de publicación del original inglés - N. del T.).

26 Véase la reimpresión en J.A. Wheeler y W.H. Zurek (eds.), Quantum Theory and Measure­ment, Princeton University Press, Princeton, 1983, p. 42. El presente ensayo está basado firme­mente en las ideas de Bohr. Al leer el epílogo de Paul Hoyningen, Die Wissenschaftsphilosophie Thomas Kuhns, Vieweg, Braunschweig, 1989, me di cuenta de que sus ideas fueron muy pareci­das, casi idénticas, a la filosofía aún inédita del úl­timo Kuhn. Pregunté a Hoyningen cómo explica­ría él semejante armonía preestablecida (cuando escribí este texto no estaba familiarizado con la filosofía del último Kuhn). Me contestó: "La gente razonable piensa siguiendo las mismas líneas"; respuesta que pa­rece enteramente aceptable.

27 Edmundo O'Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del nuevo mundo y del sentido de su devenir, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

Fuente: ÍDEM. P.P. 468-481.
MESOGRAFÍA

2 comentarios:

Anónimo dijo...

dejense de mamamdas

Anónimo dijo...

putos